Desde la transformación digital hasta la transformación social, las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) cobran cada vez más relevancia como herramientas de cambio; sin embargo, el menor de los problemas está en lo técnico.
Pensar en ‘lo comunitario’ en un país miembro de la OCDE – como el nuestro – puede sonar a ‘hippie’ trasnochado o a millennial con pretensiones redentoristas. Sin caer en el cliché, ‘lo comunitario’ que antes se podía ver con ojos paternalistas, hoy se presenta como la nueva frontera de los negocios y del desarrollo económico de los países. Para no ir más lejos, el principio de la economía colaborativa está en la generación de comunidades que optan por el intercambio, la colaboración e incluso la gestión conjunta de recursos para hacer más rentable su operación.
Lo comunitario cobra un nuevo rol en el escenario digital y las comunidades empiezan a darse cuenta de ello. El sentido de pertenencia, la confianza y los lazos de solidaridad propios de una comunidad no son nada distinto a aquello que atesoran las poblaciones más vulnerables del país y que persiguen con ansias las grandes plataformas en línea.
El discurso de Facebook, Uber, AirB&B y Change.org, está atado al valor de su comunidad. Ninguna de ellas sería exitosa si no tuviese detrás la fuerza de miles de personas que interactúan, comparten y hasta se comprometen por distintas causas. Estos grandes ejemplos muestran cómo desde las plataformas se pueden generar nuevas redes y nuevas pertenencias, pero ¿por qué no probar un enfoque inverso, donde fortalezcamos las comunidades ya existentes con ayuda de lo digital?
El temor por trabajar con ‘lo comunitario’ está asociado a las múltiples carencias que históricamente han padecido nuestras poblaciones; sin embargo, sin ignorar las brechas que aún existen, también es posible encontrar alentadoras experiencias de organización social en las cuales las TIC se convierten en dinamizadoras de los procesos que ya se venían dando, ampliando su alcance y su posicionamiento – como todo en digital –.
Lo comunitario requiere de más marketing digital, de más desarrollo web, de más infraestructura técnica y de mejor cobertura; también necesita de competencias y habilidades para hacer uso efectivo de las herramientas disponibles. Pero esas son cuestiones que se resolverán desde el Estado o desde el mercado, lo que es realmente importante es la necesidad de cambiar el lente desde el cual vemos lo comunitario.
Las comunidades son ejemplo de fortaleza, dedicación, compromiso y pasión. Aquello que le celebramos a los emprendedores lo tenemos por centenas en los pueblos del país. El sector TI, como pilar del desarrollo en el marco de la economía digital, se enfrenta al gran reto de mirar a sus espaldas y encontrar soluciones para impulsar lo que hasta ahora ha parecido ser el exotismo de lo local.
Pero este no es un llamado a la generosidad ni a la compasión; todo lo contrario, es un llamado a la visión de negocios y a la generación de proyectos rentables y sostenibles. Las oportunidades de apalancar el desarrollo local con el uso de tecnologías al servicio de sectores como el turismo o la cultura no han de ser actos de bondad sino apuestas serias donde, además de los retos que se enfrenta en las capitales por mantener el equilibrio entre lo correcto y lo rentable, aquí han de ser doblemente considerados los factores de protección ambiental, gestión del patrimonio cultural y fortalecimiento del tejido social.
Lo local y lo comunitario abren la posibilidad de implementar con éxito los modelos de negocio que trae la economía digital; el reto para los gobiernos, los inversionistas y las TI, estará en entender que, en estos casos, el corazón de las propuestas de valor se asocia a los territorios y sus vínculos sociales, y no a los ‘likes’ en plataformas.
Artículo publicado originalmente en Revista Dinero
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