Hoy se habla mucho de felicidad en distintos escenarios de la vida personal y social. El mundo moderno ha desarrollado de una manera mucho más dinámica este deseo de las personas que, a toda costa, buscan encontrar el camino hacia la felicidad no importa lo que haya que hacer para alcanzarla. Pero hay razones que evidencian que este deseo no es tan fácil de lograr, dado que finalmente nos damos cuenta de que el universo no fue diseñado pensando en la comodidad de los seres humanos.
Parece que cada vez que evitamos un peligro que nos acecha, una amenaza más sofisticada aparece en el horizonte. Tan pronto inventamos una substancia, sus productos derivados empiezan a contaminar el entorno. A lo largo de la historia, las armas que fueron diseñadas para proporcionarnos seguridad, se han vuelto contra nosotros y amenazan con destruir a quienes las construyeron.
La guerra actual en muchas partes del planeta es evidencia de ello, y en países como EE.UU., a diario vemos cómo ciudadanos atacan indiscriminadamente a sus conciudadanos, llenos de radicalismo o sin más, aunque no es el único lugar donde está ocurriendo hechos como estos.
Hemos vencido algunas enfermedades, aparentemente la última pandemia del covid-19, pero están surgiendo otras nuevas, más virulentas, y sí, durante un cierto tiempo, la mortandad se reduce, y luego la superpoblación empieza a amenazarnos. Los cuatro jinetes del Apocalipsis nunca han estado muy lejos. La Tierra puede ser nuestro único hogar y debemos empeñarnos en cuidarlo y protegerlo.
Todo esto nos debe comprometer de un modo común, no solamente personal, en caminos que nos lleven a impedir las guerras, a abolir las injusticias sociales, a erradicar el hambre y la enfermedad. Para ello, es importante que los esfuerzos por cambiar las condiciones externas estén cimentados en el gran cambio fundamental del modo de pensar.
La manera de cómo nos sentimos, la alegría de vivir, dependen en último término y directamente de cómo la mente filtra e interpreta las experiencias cotidianas. Si somos o no felices depende de nuestra armonía interna y no del control que somos capaces de ejercer sobre las grandes fuerzas del universo. Ciertamente debemos seguir aprendiendo cómo dominar el entorno externo, porque nuestra supervivencia física depende de ello, pero este dominio no va a añadir ni un ápice a que nos sintamos bien como individuos, o a reducir el caos del mundo tal y como lo experimentamos.
Para hacerlo, debemos aprender a conseguir el dominio también sobre la conciencia. Esta posibilidad es proporcionada en el proceso y camino educativo permanente. Existe la necesidad de orientar procesos de docencia-aprendizaje en perspectiva de la felicidad.
Cuando desarrollamos una educación enfocada a ayudar a los estudiantes a cultivar las relaciones sanas, a gestionar las dificultades y complejidades de la vida de un modo seguro, no sólo se logra que sean personas más felices sino también más exitosas. Así como orientamos procesos de aprendizaje en los estudiantes que los acerquen al mundo laboral, también es fundamental formarlos en la resiliencia, es decir, en la capacidad de aprender a gestionar las complejidades de la vida y hacerles frente para no frustrarse, sino por el contrario, a construir su propio camino de felicidad asumiendo la realidad con plena conciencia.
Artículo publicado originalmente en La República
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