Desde que tengo uso de razón, hace ya más años de los que quisiera, vengo escuchando, leyendo y opinando que el país tiene que acabar con la corrupción, que ella es la madre de todos los males, y que por ella estamos como estamos. Y hemos visto pasar más de doce gobiernos con presidentes que de candidatos han prometido desde luchar contra la corrupción, hasta acabar para siempre con ella, pasando por la famosa y tal vez sincera propuesta de Turbay Ayala de “reducirla a sus justas proporciones”.
Pero a la vez que escuchamos toda la perorata contra la corrupción, hemos escuchado desde niños a nuestros propios padres y mayores decir cosas como “no sean bobos, fíjense lo vivo que es fulanito”, “es que hay que ser avispado mijo, acuérdense que el vivo vive del bobo”, “por qué no aprenden de sus primos tan avispados, tan echados pa`lante”. La confusión que se genera entre ser sagaz y ser tramposo parte de la estrecha línea gris que divide los dos conceptos, y que ha permitido que sean socialmente aceptados e incluso aplaudidos, aquellos que han basado su éxito económico y personal en pasar una y otra vez por encima de las normas y de los derechos de los demás, en total impunidad.
Quién no recuerda por ejemplo lo que ocurría en las piñatas, a los seis o siete años, cuando finalmente caían los dulces y regalos de la piñata recién abierta. Aparecía entonces Poncho, aquel niño avispado que mientras los demás intentaban coger los dulces que les cabían en las manos, él pasaba acaparando en una bolsa la mayor cantidad de dulces. Claro, su mamá que era quien se la había entregado, le aplaude, ayudándole además a recoger más regalos. Es que mi hijo es tan avispado, presumía con sus amigas la orgullosa mamá, la misma que cuando le celebró el cumpleaños a su hijo, arregló las rifas con el mago para que Poncho siempre se llevara el mejor premio. Probablemente esa misma mamá, el día en que a su muchachito le dio pereza hacer una tarea o no consiguió los materiales para algún trabajo, le permitió quedarse en casa inventando una excusa de salud para que su retoño adorado no tuviera que enfrentar sus propios errores con el profe o la maestra.
Un par de años adelante, Poncho ya no necesitará que su mamá lo ayude con una excusa falsa, él mismo la redactará y falsificará la firma de su madre en el control de tareas. Y si lo llegaran a atrapar, él sabe que sus padres, aunque eventualmente lo reprenderían, luego justificarían y hasta celebrarían en familia su nueva pilatuna. Poncho comenzará después a intimidar o a pagar a otros de sus compañeros, para que le hagan los trabajos. Copiará en los exámenes, obligará a otros a que le soplen las respuestas y así llegará a graduarse del colegio, no sin antes convencer a sus papás de pagar por los exámenes del ICFES para garantizar así su entrada a la universidad. Llegado el momento de presentarse para el servicio militar, Poncho no tiene ninguna preocupación pues sabe que sus padres, haciendo uso de sus influencias o incluso pagando un soborno, le evitarán ese mal trago.
Poncho seguramente será muy popular y admirado en la universidad por ser tan vivo, tan avispado. Será de aquellos que jamás hará una fila de más de veinte personas para asistir a algún evento deportivo o artístico, porque el no es tan pendejo, logrará colarse aprovechándose de algún tonto que ande en las nubes o de algún conocido que se lo permita. Jamás pagará una multa de tránsito, porque siempre ofrecerá la mordida adecuada. Posiblemente tendrá mucho éxito con las mujeres a las que seguramente inducirá a tomarse unos tragos de más o a consumir otras sustancias que le permitirán disfrutar de “sus favores”, que tal vez con ellas en sano juicio no lograría ( abusando o violando). Pero Poncho está acostumbrado a hacerlo así, a buscar la forma de obtener lo que quiere por el camino fácil, sin ser castigado sino al revés, admirado por ello.
Luego será ya un profesional y entrará a trabajar a alguna empresa, probablemente con ayuda de aquel señor que le debe algún favor a alguno de sus familiares. Y si además es inteligente, será un empleado muy exitoso que ascenderá rápidamente en la estructura de la organización así tenga que pasar como sea, por encima de quien sea. Y seguramente Poncho será muy productivo para su empresa, para la cual logrará grandes contratos haciendo uso de sus influencias y, si fuere el caso, premiando por debajo de la mesa a aquellos que desde el Estado se presten a “arreglar” convenientemente unos pliegos licitatorios para que su compañía sea la ganadora.
Años después, ya en su propia empresa o como alto ejecutivo de una importante compañía de este país, el doctor Poncho será un personaje admirado por su alta efectividad, es que donde pone el ojo pone la bala (en el buen sentido, porque confiamos en que asesino no es), siempre logra modificar normas de contratación a su conveniencia, logra que le aprueben leyes a la medida con su lobby en el Congreso, sin importar lo qué le convenga al país sino lo que le conviene a él. Poncho les dirá a sus abogados que siempre hay que “buscarle la comba al palo”, que si los contrata no es para que le digan las cosas que la ley no le permite hacer, sino para que le digan cómo hacerlas.
Llegada la fecha de la declaración de impuestos de su empresa o personal, Poncho buscará al contador más creativo que encuentre la forma de ojalá, además de no pagar un peso de renta, que le hagan devoluciones de lo retenido, porque con la DIAN no hay que ser pendejo, porque hecha la ley hecha la trampa. Y la platica hecha con tanto esfuerzo, él dirá que es mejor tenerla en el exterior, que acá con tanto impuesto no se puede y que además los impuestos se los roban. Es que este país es muy corrupto, se queja Poncho.
Y así, fácilmente, casi naturalmente, sin ningún dolor ni sentimiento de culpa, gracias a la cultura del vivo, a la cultura del menor esfuerzo y del dinero fácil, nuestro protagonista pasó de ser un niño avispado a un empresario corrupto que, con altas probabilidades, vivirá en la impunidad hasta el final de sus días. No sin antes transmitirle a sus dos hijos, Ponchito y María, cómo coger la mayor cantidad de dulces de la piñata.
Así, la lucha contra la corrupción estará perdida mientras no logremos eliminar a ese Poncho que todos llevamos dentro, mientras los miles de Ponchos de este país (de todas las clases sociales, de ciudades grandes y pequeñas), no comprendan que ser tan avispado no es correcto ni bien visto por la sociedad, que las normas se hicieron para cumplirlas y no para violarlas y que ser un corrupto, además de ser un delito, es un asco.
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