El pez más grande del mundo pasa por Colombia, así intentan protegerlo
El tiburón ballena llega a las aguas del Pacífico colombiano, entre abril y mayo, para alimentarse. Aunque conocemos muy poco de esta especie, que ya está en peligro de extinción, un proyecto científico busca estudiarlo para conservarlo. Su trabajo fue fundamental para la creación del primer protocolo de avistamiento del tiburón ballena en Colombia, ¿de qué se trata?
Por: Daniela Quintero Díaz
Cuando la bióloga Melany Villate empezó a decirles a los habitantes de Bahía Solano, en el Pacífico colombiano, que quería encontrar al tiburón ballena (Rhincodon typus), todos la miraron como a un bicho raro. Ellos, en su mayoría pescadores artesanales, se aterraban de solo pensar que podrían encontrárselo en sus faenas de pesca. Hernando Hurtado, mejor conocido en la zona como el capi Nando, cuenta que, como él, “los nativos, criados frente al mar, crecimos viendo a nuestros ancestros pensando que se los podía comer”. ¿Por qué ahora alguien querría meterse al agua a buscarlo?, se preguntaban.
Pero Villate, hoy directora científica de la Fundación MarAdentro, tuvo toda su vida una fascinación por estos animales. Su trabajo de grado en Biología lo hizo con datos científicos internacionales sobre estos animales. En su maestría en Ecología de la Evolución y Sistemática aprendió a usar herramientas genéticas para hacer conservación, y en su doctorado, que cursó en la Universidad de Múnich (Alemania), usó esas herramientas en genética de la conservación de tiburones en el Pacífico colombiano.
Fue haciendo su trabajo de campo del doctorado, en 2016, cuando supo que por estas costas, en las que ya había identificado genéticamente 14 especies de tiburones, llegaba una que siempre había soñado ver. El pez más grande del océano: el tiburón ballena. Hasta entonces, los únicos que sabían que ese animal, que puede alcanzar el tamaño de un autobús (más de 18 metros), llegaba muy cerca de la costa, eran los locales. Ni la ciencia ni las autoridades ambientales lo tenían en el radar tan cerca del continente.
“Verlo por primera vez en su ambiente natural, en Colombia, dividió mi vida en dos. Me mostró lo que quería hacer el resto de la vida”, cuenta. Y de Alemania aterrizó en Bahía Solano, donde ahora vive. Con MarAdentro, su fundación, empezó a hacer investigación científica sobre esta especie desde 2021. Y hoy, junto a la agencia de turismo local Bahía Solano Me Llama, capitanes, pescadores artesanales y la comunidad, han sacado adelante el primer proyecto para identificar genéticamente, estudiar y conservar a los tiburones ballena en la costa Pacífica de Colombia.
“Luego de confirmar que estaban aquí, surgieron muchas otras preguntas. ¿Quiénes vienen? ¿De dónde vienen? ¿Para dónde van? ¿A qué vienen? ¿Esta zona será importante? ¿Qué implica Colombia en su larga migración por todo el Pacífico?”, asegura. Para el capi Nando, la combinación de los saberes y experiencias de todos, incluyendo la su ojo desarrollado para encontrarlos desde las embarcaciones, ha sido el primer paso para empezar a resolverlas. “Hoy me siento muy afortunado de que estos animales escojan nuestras aguas cálidas. Gracias a este trabajo hemos aprendido que son totalmente inofensivos”, dice.
Un proyecto único para conservar al tiburón ballena
Los investigadores de MarAdentro han desarrollado habilidades muy parecidas a las de los mamíferos marinos. Pueden sumergirse varios metros, aguantando la respiración mientras aletean con toda fuerza, para hacer varias tareas científicas. Miden al tiburón, le pasan por debajo para identificar si es hembra o macho, le toman foto de las manchas en su lado izquierdo (constelaciones únicas, similares a nuestra huella dactilar) y utilizan un instrumento parecido a un arpón (pero inofensivo) para sacarle una pequeña muestra de piel, de donde pueden extraer el material genético, clave para resolver varias preguntas.
Lo cierto es que aún conocemos muy poco del tiburón ballena en el mundo. Sabemos que, pese a su enorme tamaño, se alimentan de animales diminutos, como el plancton, filtrando agua a través de sus branquias. Que suelen reunirse para comer y que, casi siempre, son agregaciones de machos juveniles. Y pueden alcanzar hasta los dos mil metros de profundidad, pero no tenemos idea de qué hacen allá. A Colombia, por ejemplo, llegan para darse un banquete de sardinas agallonas, unos peces de solo unos centímetros.
Hay otros grandes misterios. No sabemos dónde se reproducen, dónde nacen las crías, cuántas tienen o cuál es su periodo de gestación. Aún no tenemos claro cuántos años viven y si los que llegan hasta aquí son residentes o migran desde otros lugares. Una investigación del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales documentó que Anne, una hembra de tiburón ballena, migró más de 20.000 kilómetros desde el Parque Nacional de Coiba, en Panamá, hasta la Fosa de las Marianas, cerca de Australia. La travesía le tomó dos años y medio. “Las posibilidades son infinitas”, dice Villate.
El trabajo de MarAdentro ha sido clave para generar lo que los científicos llaman la “línea base” en Colombia. El catálogo de “huellas” en fotos les permite comparar con otras organizaciones si los tiburones comparten otras zonas. Los datos genéticos permiten ver a qué otras poblaciones del mundo se parecen, con quiénes podrían estar emparentados o con quiénes se estarían reproduciendo.
Y este año fue particularmente exitoso. Desde que iniciaron el trabajo científico han identificado, al menos, a 50 tiburones ballena. Más de la mitad (alrededor de 30) fueron muestreados en esta temporada, durante abril y mayo. Y aunque aún siguen organizando el material genético, revisando fotos y transcribiendo datos, con ellos —cuenta Villate— esperan “nutrir los datos globales, todavía muy escasos” y sumar piezas para armar el enorme rompecabezas de esta especie.
“Hemos encontrado tiburones de varios tamaños. Unos muy pequeños, de dos metros y medio, y otros de hasta 10 metros. Eso nos permite entender que este sitio es más que solo un punto de alimentación, también puede hacer parte de su proceso de crianza”, explica.
Un turismo que no puede ser masivo
Desde hace algunos años, el turismo y avistamiento de tiburones ballena empezó a popularizarse en el mundo. En lugares como Oslob, en Filipinas, estos animales se han convertido en la principal atracción. Allí se encuentra la operación de observación de esta especie más grande del mundo. Pero el turismo masivo también está generando graves presiones que, sumadas a amenazas como choques con embarcaciones, contaminación, pesca y enmalles, hoy tienen a este animal en peligro de extinción.
A Oslob, por ejemplo, los tiburones no llegan de forma natural, sino son atraídos con alimento. Decenas de turistas gritan, se hunden con ellos, los tocan y los persiguen. No es el único lugar donde pasa. En Colombia, hasta hace 10 días, no contábamos con un protocolo oficial para avistar al tiburón ballena de forma responsable.
MarAdentro había logrado difundir, con apoyo de la comunidad, algunas pautas para que turistas y operadores pudieran verlos sin alterar sus dinámicas. Desde el aeropuerto hasta las panaderías, pescaderías y tiendas de barrio tenían colgados unos afiches con información sobre la importancia de la especie y los cuidados para avistarlos. El pasado 30 de mayo, gracias a ese trabajo previo, la autoridad ambiental del Chocó (Codechocó) emitió la primera resolución en Colombia para avistar al tiburón ballena.
Como explica Kary Sánchez, subdirectora Marino-costera de Codechocó, “el objetivo principal es que se puedan reducir los motores de pérdida de biodiversidad mediante la aplicación de medidas de avistamiento responsables con miras a fortalecer el turismo de naturaleza”. “Después de la resolución, vamos a ejecutar un plan de sensibilización y educación ambiental en territorio en alianza con actores institucionales y locales que lleve a que todos los involucrados (motoristas, turistas, operadores turísticos y comunidad en general), puedan poner en prácticas estas medidas de avistamiento responsable y convertirse en replicadores de las mismas”, dice.
El documento, al que accedió El Espectador, establece varias reglas: solo puede haber una embarcación por cada tiburón ballena. Solo pueden entrar cinco personas al agua al tiempo con el tiburón y todas, sin excepción, deben llevar chaleco. Las embarcaciones deben estar a una distancia mínima de 10 metros de los tiburones ballena y quienes estén en el agua deben mantener una distancia de, al menos, dos metros de la cabeza y tres metros de la cola (documento disponible al final de la nota).
Villate espera que esta zona del Pacífico colombiano “pueda ser un santuario para ellos. Un sitio de conservación para un animal que hasta ahora estamos empezando a conocer. Donde puedan alimentarse tranquilamente, algo que no sucede en otras partes”. Pero lograrlo solo es posible, insiste, si desde el principio se vincula a las comunidades, se socializan y se acuerdan los protocolos. Si no, como otros, pueden quedarse solo en el papel.
Fuente: EL ESPECTADOR