Cambio climático y pérdida de biodiversidad, dos crisis que se deben resolver juntas
Por: María Mónica Monsalve - Periodista
Durante la pandemia se ha hecho popular una caricatura del canadiense Graeme MacKay. Utilizando la metáfora de las olas del COVID-19, el artista recrea cómo tras la ola de la pandemia viene una más grande: la de la recesión económica. Detrás, les sigue una ola que representa una mayor amenaza: la del cambio climático. Y usuarios en redes sociales han alterado la imagen para agregarle una ola aún mayor: la de la pérdida de biodiversidad.
Estos dos últimos puntos, el cambio climático y el colapso de la biodiversidad, han marcado la agenda ambiental durante los últimos años. Pero a pesar de que se ha señalado insistentemente sobre sus relaciones, hasta ahora sus metas seguían por sus propios caminos, incluso desde quiénes determinan las pautas para estudiarlos y mitigarlos. Por un lado estaba lo que señalaba el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) y, por el otro, lo que alertaba la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre la Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), ambas máximas autoridades en sus temas.
Hoy, por primera vez, ambas plataformas lanzaron un informe conjunto en el que identifican que, aunque la separación de agendas es funcional a un nivel político, genera el riesgo de identificar y comprender de manera errónea la conexión que existe entre ambos problemas. “La capacidad de adaptación de la mayoría de los ecosistemas y los sistemas socioecológicos será superada por el incesante cambio climático antropogénico”, es una de las conclusiones a las que llegan los 50 expertos a nivel mundial que escribieron el reporte.
Para entender la relación entre ambas crisis hay un ejemplo que lo ilustra bastante bien: la deforestación. En Colombia se trata quizá de una de las alarmas ambientales más sonadas, pues solo en el 2019, según el Ideam, se talaron 158.894 hectáreas de bosque y, aunque no ha salido una cifra oficial de 2020, se estima que solo en el primer trimestre las cifras fueron bastante altas. La pérdida de miles y miles de árboles a lo largo de los años, se nos ha dicho, ha llevado a que la deforestación emita 69 Mton de CO2, lo que contribuye al cambio climático.
Pero a la par, cada vez que se talan estos cientos de hectáreas de bosque, hay animales que son desplazados y quedan en amenaza, algo de lo que no hablamos tanto. El cambio del uso del suelo, advierten, es una causa directa tanto de la pérdida de biodiversidad como del cambio climático. Relaciones como estas hay muchas. El océano, por capturar el exceso de CO2, se está acidificando y matando a los corales y, aunque solo se han reportado pocas especies que a la fecha se han extinguido como consecuencia del cambio climático, hay una frase del reporte que queda resonando: “el registro fósil nos dice que el rápido cambio climático puede ser un factor clave de las extinciones masivas, capaz de eliminar hasta el 90 % de todas las especies”.
Son crisis que se deben enfrentar juntas. Y no solo porque sus causas tienen un origen similar, sino porque las soluciones que se han planteado para combatir el cambio climático necesitan de biodiversidad (y también, si no se piensan bien, la podrían afectar). Otro ejemplo sencillo y del que se suele hablar en Colombia: las grandes hidroeléctricas. A pesar de que es un tipo de energía que en realidad no contribuye mucho a las emisiones, sí se ha ido comprobando que tienen un gran efecto en las especies de río. “La construcción de presas para almacenamiento de agua dulce y generación de energía hidroeléctrica altera los hábitats de todos los organismos de agua dulce y bloquea la migración de los peces, lo que lleva a la contracción del rango y que la población decline”, señala el informe. Parte de la solución que se empieza a implementar, agrega, es “enfocarse en construir varias pequeñas hidroeléctricas y no una grande, con el fin de disminuir el impacto ambiental”.
Y es que así el diagnóstico sea agotador, el informe de los 50 expertos propone algunas salidas. Las áreas protegidas, por ejemplo, son un tema reiterativo a lo largo del documento, pero buscando que estén bajo figuras políticas que impulsen interconectarlas entre sí, con recursos, y se enfoquen en mantener las funciones ecosistémicas no solo dentro del área protegida, sino a sus alrededores. Ponerlas en el papel no basta.
En cuanto a nuestras dietas y cómo producimos comida, se trata de un reto mayor, pues se calcula que a nivel global los sistemas de alimentos son responsables de entre el 21 y el 37 % de las emisiones totales de los humanos. Diversificar los cultivos de alimentos, mezclándolos con especies forestales nativas, así como volver a plantearse la agroecología, no solo tendrá buenos impactos en la biodiversidad y en detener el cambio climático, sino que permitirá que nos adaptemos mejor ante las olas de calor, las sequías, los incendios y hasta los brotes de enfermedades.
Y es que, como en la caricatura de MacKay, todo está relacionado. “La pandemia de COVID-19 ha convertido las interacciones entre salud humana, biodiversidad y cambio climático en una cruda realidad. La interrupción, degradación y fragmentación de los ecosistemas naturales, junto con el creciente comercio de animales silvestres, ha llevado a que estos animales, que transportan virus que atraviesan los límites de las especies, tengan una proximidad con los animales domésticos y los humanos. El cambio climático ha engendrado una pérdida de hábitat que contribuye a esta proximidad y también ha amplificado (a través de inundaciones, olas de calor, incendios forestales e inseguridad alimentaria) el sufrimiento de los humanos durante la pandemia del COVID-19”.
Fuente: El Espectador