Diciembre es el mes de las correndillas para todo: cerrar proyectos, cuadrar números, entregar balances y evidenciar que la ecuación entre metas y realidades honra la promesa de valor. Es la época del excel frenético, cuando todos miran el calendario como si fuera un cronómetro que corre en contra; pero paradójicamente, también es el mes en que se permite sentir, y entre tantos pendientes descubrimos que lo verdaderamente trascendente no está en la agenda de lo urgente, sino en la agenda de lo importante.
Época de reuniones con colegas, amigos y familia para celebrar lo bueno del año, recordar con el corazón en la mano los buenos momentos que no se puede empañar hablando de temas imprudentes, como lo es la política, pues estamos en tiempos en que las opiniones se han convertido en dogmas irreconciliables, por lo que es oportuno traer a colación lo que escribió Voltaire “puedo no estar de acuerdo con ninguna de tus palabras, pero defenderé hasta la muerte tu derecho de decirlas”, pues tolerar el pensamiento ajeno es un acto de generosidad e inteligencia.
Por eso diciembre debe convertirse, a través de nuestras conversaciones, en un reinicio, en una oportunidad para preguntarnos si estamos aportando a la construcción de un futuro más poderoso. Poderoso en creatividad, en prosperidad, en generación de confianza o si seguimos atrapados en la cinta sin fin del odio y la confrontación estéril.
Las grandes transformaciones no nacen de discursos grandilocuentes, sino de decisiones y acciones pequeñas y repetidas: escoger escuchar, escoger analizar, escoger decidir, escoger actuar, escoger sumar. Y hacerlo sin tregua para triunfar.
Las conversaciones son la arquitectura invisible de nuestras realidades, con ellas construimos empresas, instituciones, familias y sociedades. Hay conversaciones que estrechan y otras que profundizan, las estrechas nos dejan en el mismo lugar, las profundas nos permiten salir del pantano y avanzar hacia algo mejor.
Ojalá este diciembre, entre abrazos, brindis y nostalgias, entendamos algo grande: ningún indicador económico es tan poderoso como la confianza y los valores que se vuelven realidad en la calidad de nuestras relaciones. Tengamos claro que el país que queremos empieza en nuestras conversaciones.
Artículo publicado originalmente en La República
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